La alegría me quemaba las venas, la emoción trepaba mis entrañas, el miedo me hacía feliz y lo prohibido activaba mi adrenalina.
El está ahí, en aparente tranquilidad, como si el hecho de tentar a la suerte más de la cuenta solo afectase a mis nervios. Seguramente no solo fuese eso lo que me aterraba, había demasiados sentimientos en mi interior y demasiados recuerdos en aquella habitación, recuerdos de una infancia muy feliz y de un amor todavía secreto y prohibido.
A pesar del miedo, cuando me acerco a él y me acoge, me siento segura a su lado; para siempre.
Entregarme a él es lo que hago, superar mis miedos y unirnos para ser un solo cuerpo, un solo corazón latiendo al mismo tiempo; al igual que las olas no pueden separarse del mar, tampoco yo puedo ni quiero separarme de él. Él es mi todo; y por eso estoy aquí, frente a él, sin ningún pudor, mostrándole mi cuerpo desnudo y él mirándome con ojos enamorados. Por fin, por fin estoy segura para ser suya. Me acerco y él me acoge como siempre, con amor, con ternura, con pasión,…
me dejo amar y lo amo, me dejo hacer el amor y lo hago.
El miedo desaparece poco a poco para dejar espacio a la gran felicidad que habita desde ahora todos los rincones y espacios de mi cuerpo.